jueves, 29 de diciembre de 2011

El color rojo de la Navidad.

Ya llegó, por fin era Navidad, la tan esperada fecha para todos. Regalos, comidas, familia y el gran abeto verde, con sus guirnaldas de colores, sus angelitos colgados, su estrella en la copa y las imprescindibles bolitas rojas que brillan como si tuvieran luz propia. Su forma es tan perfecta tan redondita y suave…  bueno no en todos los casos. Yo soy una bolita roja pero he tenido la mala suerte de estar abollada, no recuerdo muy bien a que se debió pero no vine defectuosa de fábrica, eso lo recuerdo. Antes era una bolita feliz, y lucía todas las Navidades muy radiante en el abeto, con las demás bolitas. Ahora no entiendo qué ha cambiado, me sigue gustando la navidad y permanecer casi un mes enganchada a un abeto, soy la misma, pero todo el mundo me ve diferente por ser una bola abollada.
Desde que no soy “perfecta” me quedo, como el resto del año, en la caja de las decoraciones navideñas, al fondo de la misma, yo sola, tan triste… pero este año ocurrió algo inesperado para mí. Cuando decoraban el gran abeto verde me sacaron y a punto estuvieron de colocarme enganchada a una rama, pero tan pronto como se dieron cuenta de mi “defecto” me volvieron a dejar en la caja y me dejaron dentro de la misma, en una habitación oscura y muy fría.
Mi estancia en la caja no es del todo un infierno, a veces es divertido, sobre todo, cuando no es Navidad y nos encontramos todos los adornos juntos. Solemos cantar villancicos, jugar unos con otros… es muy divertido, bueno, menos cuando hablan del abeto y de la Navidad. Se pasan un mes por lo menos contando anécdotas de lo que han visto ahí fuera y yo, como siempre, me imagino cada detalle e historia como si la hubiera vivido. Nunca puedo contar la mía, porque lo único relevante que me ocurre mientras todos ellos están disfrutando de la Navidad, es que una familia de ratones, roen la caja por las esquinas. Son muy graciosos, alguna vez se han colado en mi caja y han jugado conmigo, se colocan encima y se mecen. Ellos son mi única compañía en estas fechas tan entrañables. Pero a los demás no les interesa mis aventuras con los ratoncillos, ni todo lo que me he aburrido aquí sola tanto tiempo, con todas las cosas divertidas que ocurren fuera, como para preocuparse en lo que acontece aquí, en la misma caja en la que se encuentran todo el año.
Como os he contado, aquí dentro no suele ocurrir nada interesante ni de día ni de noche pero una mañana, muy temprano sucedió algo inhóspito, -¡Qué extraño!, me dije a mi misma, y de un momento a otro empecé a escuchar mucho alboroto en la habitación de al lado, el salón, donde se hallaba el gran abeto y todos mis compañeros de caja. No se paraba de oír gritos y carreras del salón a la puerta de la calle. Los ratones estaban temblando de miedo, ya no los alcanzaba a ver, estaban escondidos. Yo permanecí quita, sin moverme, esperando a que pasara todo.
El alboroto duró bastante tiempo, pero al cabo de un rato, cesó. Ya no se oía nada fuera. Los ratones salieron de su escondite y se metieron en la caja para preguntarme qué había ocurrido, eran muy curiosos, más que yo. Aún seguían temblorosos y tartamudeaban al hablar. Yo solo podía ofrecerles cobijo en mi caja, sabía lo mismo que ellos, pues no me había movido de allí. Pero ellos no paraban de insistir, se volvían un poco pesados algunas veces.
Gustavo, el más valiente de todos los ratoncillos se armó de valor y salió a ver que estaba ocurriendo fuera. Mientras tanto, los demás ratones se quedaron en mi caja esperando ansiosos, al igual que me encontraba yo.
Al poco tiempo se abrió la puerta, la habitación se llenó de luz y yo me sentía algo nerviosa, no entendía que había pasado y cuál sería el motivo por el cual alguien abría la puerta. Esa habitación era muy poco transitada ya que solo había cajas y ropa vieja. Pero esta vez era Gustavo, venía muy alterado, quería hablar pero no le salían las palabras. Entre todos intentamos tranquilizarlo dándole aire en la cara y al poco, tartamudeando nos contó lo que acontecía en la sala de al lado, ¡el abeto estaba en llamas! Todos nos miramos muy asustados sin saber bien que decir. No lo podía creer, ¿cómo había ocurrido?, ¿cómo estarían mis compañeros de caja? Tantas eran mis preguntas que me armé de valor y salí a resolver mis dudas.
Cuando conseguí llegar al salón, gracias a Gustavo, que fue quien me llevó hasta allí ya que sola me resultaba muy difícil, el humo no me dejaba ver con claridad, solo podía ver llamas sobre el pobre árbol, estaba quemándose. Me entristecí mucho, no dejaba de pensar en mis compañeros y en el abeto y por consiguiente en que ya no habría Navidad, ni siquiera para mis amigos. Prefería escuchar mil veces las historias y anécdotas de las bolitas rojas y angelitos antes de este desastroso suceso. Pero en el mismo momento en que le dije a Gustavo que me llevara a mi caja, alguien me habló, eran ellos, mis amigos, estaban en un rinconcito apartados del fuego. No los había visto antes por la cantidad de humo que había, lo más curioso de todo es que ellos no perdían la sonrisa. Me contaron que el fuego había sido originado por un cortocircuito de las nuevas luces instaladas en el árbol y que rápido como había saltado el primer chispazo, los habían descolgado del árbol y los habían colocado en ese rincón.
Me encontraba muy aliviada al comprobar que todos estaban bien. Al rato, las llamas cesaron y el árbol había quedado por la parte superior quemado, tanto que se veía el esqueleto negro, pero por abajo seguía verde y frondoso. Así pues, no tardaron mucho en empezar a colocar los adornos, como siempre empezaron por los angelitos, las guirnaldas y por último las bolitas rojas. Como era de prever, colgaron a todos excepto a mí. En realidad, no me afectó demasiado, estaba contenta de que mis amigos estuvieran sanos y felices. Pero cuál fue mi sorpresa que a mí también me cogieron para colocarme en el árbol, no me lo podía creer, me colgaron en la parte alta, donde todo estaba negro y yo daba la alegría con mi color rojo brillante
Ya no importaba que yo estuviera abollada, tampoco que no fuera perfecta. Gran parte del árbol estaba quemado y yo era la nota de color del mismo, resaltaba tanto en aquel trozo de árbol tan desnudo que me veía tan brillante y roja como el primer día pero más feliz que nunca ya que formaba parte de la Navidad y de los sueños e ilusiones de muchas personas.


Este cuento está escrito por mí, para la asignatura de Escritura creativa y promoción de la lectura.

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